Es un lugar presente en el ideario colectivo de los hombres. Todos hemos pensado alguna vez en la posibilidad de perdernos una temporada en un pueblo abandonado; fuera de rutas y cerca de un río siempre vivo, de abundante vegetación y con la proximidad de los animales salvajes bordeando las casas.
Esa aldea existe, se llama La Avellaneda y la encontramos en el valle medio del río Ibor. Se asienta sobre un cerro que cae en el río, a modo de los castros antiguos, aprovechando la corriente limpia del Arroyo del Horcajo que continúa el foso por el flanco sur. Alejado convenientemente para no sentir la atmósfera húmeda de la rivera y lo suficientemente profundo, entre sierras, para no exponerse a los malos vientos. Sin lugar a dudas, disfruta un entorno ideal para la vida
A pesar de llevar despoblado mas de 500 años, es un sitio que se resiste a desaparecer totalmente como lo han hecho otras muchas aldeas. Apenas se mantienen en pie una veintena de casas; otras tantas están en ruina grave y del tercio restante sólo vemos las paredes destruidas en mayor o menor medida.
La Avellaneda nunca fue un lugar de mucha gente; en sus mejores momentos se le puede suponer una población de trescientas escasas almas. El último intento de repoblación conocido es de 1811, pero no se llega a realizar. Desde entonces muchas ideas y pocas inciativas para este rincón del Valle, su futuro quizás esté ligado al de toda Extremadura.